viernes, diciembre 23, 2005

Retorno

Después de un ajetreado segundo semestre vuelvo a las pistas de los blog.
Espero durar por lo menos los meses de verano.

jueves, septiembre 08, 2005

Raspe el Chanchito Millonario

Este fin de semana después de ver la adicción al juego de Juan Carlos Bodoque quedé meditando sobre cuál es mi relación con ese “vicio”. Luego de una breve reflexión, puedo decir que soy una perna, mi aversión al riesgo y mi enraizado espíritu de ahorro ascético me impiden poner en riesgo las míseras chauchas que gano con mi trabajo. Siempre que se trata de apostar dinero me retiro de las competencias, y cuando he aventurado monedas de 10 pesos jugando póker siempre tomo decisiones conservadoras. Estas conductas poco avezadas en el juego no implican que no sienta placer cuando gano plata apostando, eso nos debe suceder a todos, pero lo que pasa es que no soy capaz de poner en riesgo grandes sumas de dinero, por mucho que tenga buenas cartas en mi mano.

Cuando me atrevo a desafiar al azar es en rifas, loterías, raspes y bingos. Creo que esa
conducta viene heredada de mi tía abuela quien juega al Loto todas las semanas con la esperanza de ver cambiar su suerte, de hecho, ella siempre ha pensado que el mejor regalo que puede hacérsele a alguien es un vigésimo de Lotería o un cartón del Kino ¡es regalar la posibilidad de ser millonario! Digamos que con los cartones de mi tía nunca me hice rica, pero es verdad que siempre en el sorteo después de mí cumpleaños ganaba cerca de $10.000.- que eran muy bienvenidos.

Los premios que ganaba en mis cumpleaños, rifas y sorteos del supermercado, diseminaron rápidamente en la familia el mito de mi buena estrella. Por eso, mi tía abuela siempre me hacía elegir los cartones, y cuando ganaba algo, un helado era la mejor recompensa por mi elección.

Este mito sobre mi suerte hace que de vez en cuando me sienta fuertemente incitada a comprarme un raspe, lo que podría definirse como mi mayor conducta de riesgo. Este
lunes, esperando en el supermercado al Colorín, un raspe me miraba, me llamaba a comprarlo. Era un cartón con un dibujo de un cerdo rechoncho y rosado, que en sus ojos tenía el signo de la fortuna y de la plata segura, su nombre era“el chanchito millonario”. El cartón me gustó tanto que no pude evitar comprarlo, si perdía de todos modos sería una inversión, el cartón pasaría a formar parte de mi colección de objetos inservibles pero preciados.

Cuando el chancho estaba en mi poder la ilusión de la buena estrella apareció. Con la mano temblorosa raspé el segmento plateado que esconde la fortuna o la desgracia, y lentamente empezaron a aparecer los números. Para mi ventura el 200 se repitió tres veces, duplicando así mi inversión. Mi buena suerte brilló de nuevo, y no vacilé ni un segundo en canjear mi premio (no se me fuera a perder el cartón). La señorita del mesón me preguntó si quería la plata o dos raspes, la cuestión me ocupó algunos minutos ¿y si ahora me gano realmente los dos millones? Mi conducta antiriesgo fue mayor y me quedé con mis 200 pesos. Lo que lamenté fue que no me devolvieran mi cartón con el chanchito regordete y con signos pesos en los ojos.
A modo de festejo me comí unos cuchuflís con la plata ganada ¡en tu honor chanchito millonario!

viernes, agosto 26, 2005

Recoleta, Carmen, Lira

Recoleta, Carmen, Lira
callejón de Seminario
l' Avenida Independencia
con la Avenida 'el Rosario

Callejón de la lata
calle Ecuador
calle Cinco de Abril
y Exposición

Y Exposición ay sí
calle Placilla
donde juegan al chupe
los palomillas

Yo me voy pa' la Lata
tirando pata

Una de mis cuecas favoritas como adelanto dieciochero

jueves, agosto 25, 2005

Organillos y Organilleros

Desde pequeña sentí una especial fascinación por los organilleros, aquellos caballeros que musicalizan la primavera con las melodías tarareadas por mi abuela. Recuerdo con claridad como corría hacia la calle cuando escuchaba sus melodías y lo dichosa que me ponía cuando lograba que mi madre me comprara alguna de las chucherías que éste señor vendía. Indudablemente, siempre elegía algún remolino de color rojo, mi color favorito.

Otra de las cosas que llamaba tremendamente mi atención era el lorito adivinador ¿Cómo era posible que un pájaro estuviera amaestrado para sacar un papel de una caja? Un perro, un león y hasta una foca estaban dentro de mis posibilidades ¿Pero un loro? Realmente me parecía cuando menos esotérico, lo que hacía a su vez más creíble los vaticinios del animal. Probablemente Pavlov tendría una respuesta para esta interrogante, pero sigo pensando que es asombroso que un ave haga semejante gracia.

El loro era un misterio menor ante la mayor interrogante de todas ¿De dónde proviene la música del organillo? Cuando tuve la misma interrogante sobre la cajita musical que mi mamá usaba de joyero, la desarmé y pude entender como funcionaba (de más está decir que en aquella ocasión fui castigada) pero no estaba a mi alcance desarmar un organillo. La respuesta que di en mi niñez, que aún creo cierta, es que el organillo funciona de modo similar a la fallecida caja musical de mi madre, porque el organillero para poder tocar sus canciones mueve una manivela.

Para mí un organillero es un distribuidor de alegría, los acordes que él ejecuta son capaces de revivir mágicamente partes de nosotros mismos transformando el mundo en un lugar más inocente y agradable. Por eso es que algún día quiero ser organillera, ir de barrio en barrio tocando viejas armonías junto a remolinos multicolores y a un lorito adivinador. Si hoy en día ya hay dos mujeres chilenas dedicadas a este oficio ¿por qué no podré ser la tercera?